PH. Claudio Vinciguerra

[CABA, Argentina, 1951]

 

Nació en la Ciudad de Buenos Aires. Fundadora de “Vinciguerra Hechos de Cultura”. Vicepresidente de la Fundación Argentina para la Poesía. Conductora y productora ejecutiva de programas radiales y televisivos. Como gestora cultural, organizó numerosos ciclos de conferencias y creó la plataforma digital www.art7tv.com.ar. Ha publicado más de diez títulos de poesía, entre los que se destacan Oficio de mujer, Impostergable defensa, Privilegio del silencio y A lágrima seca. En 2019 ha sido declarada “Personalidad destacada de la Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”.

Poemas

Arrastran su pluma

        (puedo oírlos)

arrastran sus huesos

a las siete de la tarde

entre recuerdos brumosos

ellos escriben.

Sujetan la daga para no olvidar

        (para que yo no olvide)

cuando la sangre de esos hijos hermosos

minaron sus casas

        (y la mía).

La desdicha reconstruye el pecho de las madres

con una cierta dignidad. Dicen.

Se duelen.

Asimismo, escriben.

Se cubren los ojos para no leerse en el horror.

Apartan entonces los papiros

las hojas, las violetas hojas de arroz,

dejan su puñal a un costado de la mesa de roble

y pierden la mirada en la

tarde lluvia de sus páginas.

Algún día, dicen.

Algo resplandece.

 

Del libro  Privilegio del silencio. Edit. Vinciguerra. 2011.

CADA UNO HACE DE SU DUELO

 

una poción de savia

o de cicuta

y la bebe a sorbos con los ojos

calladamente,

la empuja      

la mastica      

y hasta la devora con una sonrisa.     

Cada uno entona su canción triste

algunos

con cuerdas de guitarra

otros

con retumbe de cuchillos mientras la sangre cae

gota a gota en melódica cascada.

Lo cierto es que cada uno hace su duelo

con dientes gastados

y cuando se mira al espejo

es capaz de llorar

irónico,

a lágrima seca.

 

Del libro A lágrima seca. Edit. Vinciguerra. 2017.

YA ES HORA DE DESARMAR LA CASA

 

Las agujas perdidas pueden

dañar la orilla del cuerpo. También las maderas arrumbadas

con puntas de acero a la vista y los espejos astillados.

Las cortezas en paredes, los relojes con minuteros detenidos

y las aureolas de humedad en lugares imprecisos

pueden empequeñecer la risa de los niños.

Los niños comienzan a poblar la casa.

Es hora de abrir cajones, desasirse de lo superfluo:

zapatos con tacos altos, talles para la cintura anterior

(con el paso de los años el cuerpo elige

con insolente bienestar).

Pregunto para qué guardar telares atraídos por alguna polilla

en actividad bichera, para qué los recibos de compras,

las postales navideñas que causan pena porque sus firmas

han sido borradas de la agenda. Me pregunto para qué retener recuerdos

en un contraluz de palabras solapadas si es necesario olvidar

para desarmar la casa y ya es imperioso hacerlo. Imperioso es iluminar

la sonrisa de los niños. Es urgente que nos encuentren francos y sensitivos

para atestiguar la alegría. Las mudanzas, los calendarios y

por sobre todo, la esperanza de atenuar el temblor que aloja soledades

cuando las puertas se cierran y se apagan las luces al anochecer.

Ya es día. Abrimos las ventanas.

Y un nuevo combate, un nuevo alumbramiento ocurre.

Ya hemos vencido el caos.

 

Del libro A lágrima seca. Edit. Vinciguerra. 2017.