PH. Elis Milena Webb

[La Habana, Cuba, 1952]

 

Llevó a cabo el proyecto Azotea y la Torre de Letras (ICL)  con una colección bilingüe. Publicó, entre muchos otros, La gente de mi barrio, Para un cordero blanco, Travelling (prosa), Catch and Release, Bosque negro, Otras cartas a Milena (prosa), El piano, Luciérnagas, Tres maneras de tocar un elefante (novela), Tan solo eso (ensayos), etc. Premios: “Casa de las Américas”, 1984, de la crítica cubana, “Ítalo Calvino”, “Orden de las Letras de Francia”, “Nacional de Literatura”, el “Pablo Neruda”, el “Casa” y las medallas “Alejo Carpentier” y de la cultura cubana. 

Poemas

Pero este invierno no llega,
no se desata.
No quiere atravesar las aguas cálidas
y bajar hasta aquí
(ni las duralginas ni la leche tampoco).
En la farmacia una cola de minusválidos
aguarda su llegada que amaga
-como las pastillas-
con proteger sus bocas de las llagas,
del dolor.

 

Hago la cola y busco mi diferencia:
aquel lugar donde no alcance a ser
lo mismo que ellos ¡nunca más!
sin impunidad.

 

Mientras falta la decisión
por lo que no habrá
-como si esa herida abierta
me alejara de la muerte y de ellos-
que aún estando tan cerca,
me detiene junto al pugilato
de los cuerpos que caen
y vuelven a caer,
trastabillando
al apoyarse sobre la rajadura
de un viejo anuncio en el cristal
de algo que darán tal vez nunca,
jamás.

 

(Inédito)

Ninguna palabra por los alrededores
oxidados del mar.
Ninguna protección:
“sálvese quien pueda”
de los gorritos negros que vigilan,
a la masa fumando entre dos dedos
-índice y pulgar- un apuro de existencia,
una colilla más.
El cielo pretende tapar todo esto
con una luz amarilla,
avasalladora,
enferma.
Pero no lo logra.
Una mujer las recoge con paciencia:
“qué vergüenza” – dice-,
y pasa el recogedor sobre mis pies.

 

Desde la ventana que da exactamente,
frente al antiguo edificio de cultura municipal,
las colillas formando un mapa.
La desolación de un lugar que logra
(con lumbre pequeña)
sin tamaño ni posibilidad,
la asfixia.
Abrumadoras las colillas justifican armarlo,
y nos paralizan:
nada de prosperidad.
Solo humo formando nubes prietas
de encendedores portátiles
entre rojas tazas de café sin asas,
donde posar labios sin dientes
de boca en boca,
prometiéndonos algo:
la propaganda de un mito que no cabe
en el recogedor.
La vergüenza de las colillas
formando un mapa
entre el hotel Deauville,
y el antiguo edificio de cultura municipal.

 

(Inédito)

      “…pero los cuadros siguen ahí y están llenos de objetos…”

                         Arturo Carrera

      “…es como si dijéramos que la impresión azul viene del cielo…”

                         Samuel Beckett

 

Pongo en su lugar los cuadros
y la canción:
“gira el mundo gira…”,
porque cuando la tierra gira
– que es casi siempre-,
se desplazan.
Y esos milímetros cuentan para que el sol,
alumbre la otra habitación próxima al Este
donde la botella que antes tuvo lirios,
ahora tan vacía como yo,
relumbra solo algún tono añil
que soy capaz de percibir.
Mientras gira también mi cabeza,
imperceptiblemente
sin su espacio infinito.
Por desgracia esos desplazamientos
van hacia el espejo,

 

y los veo cuajar contra un rostro
donde sobresalen
pequeñas estrías que el tiempo
marcará con surcos.
Poco a poco, los lugares se mueven
de sus lugares
– y de los lugares donde los pusimos
sin arrepentimientos-,
acompañándonos
como huéspedes indeseados:
huesos de las caderas
y de la pelvis,
o dedos de los pies
(sobresaliendo)
más allá de los zapatos,
petrificados.
Y la cabeza ¡ay! esa cabeza
“que nunca estuvo bien centrada tampoco”
-dijo ella a modo de justificación-.
Igual que esa luz que ronda los objetos,
se aparta poco a poco
y nos deja solos en el centro de algo
que desapareció
para que el centro no sirva de nada.
Llega esta forma (informe) donde aparezco
-diferente a mí sin ser más o menos yo
ni la que fui-.
Pero, por ahora, solo me rebelo
en la rutina de que un cuadro se sostenga
como una escena que alguna vez,
aconteció:
esa crueldad en miniatura de una vida,
llena de equivocaciones.
Y, porfiada, enderezo la fotografía
donde apretábamos las caras
contra el cristal:
un vidrio peligroso que permanece
intacto
cuando todo estalla.
Mientras las mariposas del verano
que los niños no pudieron atrapar
aquella vez
en una vida parásita dentro de un marco,
sobrevuelan
(mariposeando)
abismos del color
que de vez en cuando reflejarán,
lo que fuimos.

 

(Inédito)