[Osorno, Chile, 1957]

Es magíster en Artes con Mención en Literaturas Hispánicas.  Ha obtenido el 1er Premio Municipal de Poesía (2003), el 1er Premio (ex aequo) Pedro Lastra. Accedió a varias becas de creación.  Libros suyos han sido publicados en Buenos Aires, Nueva York,  Madrid y Extremadura. Recientemente traducida al finés. Invitada a numerosas lecturas en Chile, Argentina, Nueva York, España y Finlandia. Ha publicado, entre otros: Este lujo de ser (1986), Tatuaje (1992), Uranio (1999,),  Trapecio (2002), Satén, (2009), Carta a Don Alonso de Ercilla y Zúñiga (2010), Musta naamio ja Kokoaja (2014), Obra reunida, (2017).

Poemas

LA DORADA MUÑECA DEL IMPERIO

1.

Es el esplendor.
Hay una oscura orfebrería radiante
elaborando una tela solar.

Para su cuerpo       para su piel
bordado en pedrería       de seda y chifón.

La  mujer es alta, dorada y fuerte.
Sus largas manos elevan
        lentos cantos abisales.
Para los círculos
del Mundo   y por su imperio.

Es la estela matutina la que alumbra
su alto entramado corporal y su modo
magnífico de ser
esculpida y ser vibrante.

2.

Es el sistema solar.
Hay antiguas catedrales       viejas cúpulas
ardiendo en el tiempo
como el oro.

Tengo un recuerdo de la Habana Vieja:
                           son sombras doradas en los adoquines
                           y puertos eternamente abiertos
                           como si esperaran a un Dios.

Pero me distraigo:
Esta mujer es ventrílocua     y hermosa.

Oh, quisiera también hablar de amor.

3.

La mujer es alta, dorada y fuerte.
Su desnudez parece recamada y brilla, pero
es tan suave como una amatista.
Sin embargo,
está viva y la veo.
Recostada en los espejos, devana su
paciencia peinando su rubia cabellera
y esperando el turno
para salir al escenario y pasear
la tela imperial.

4.

Nantés, Florencia, Atlanta y Singapur.
Son las flores de Adimanto:
                 la ciudadanía ejemplar.
Se pueden pesquisar aún los rasgados telares
de otra allende ciudad antigua,
anteayer contemporánea:
Indiga Mesopotamia
Y sus valles estelares.
Mi mirada se agiganta.
Dios, son altos lirios y llameantes
                 pozos circulares
rigiendo los tiempos como imperios.  

5.

La mujer se coloca una media.
Ella acerca sus dos brazos a su pie.
Su pelo rubio cae
cae hacia adelante.
Pero ella en gesto colosal
lo ordena tras su oreja.

Torsión de su torso hacia atrás.

Sus dos ávidos pequeños pezones
un instante bailan
a pleno sol.

Muñeca dorada.

6.

Coronas para mi amada,
coronas azules para su cabellera dorada
vasos frágiles y fuertes para sus largas manos
telas tenues y misteriosas para la seda de sus dedos
versos puros y perfectos para su boca
y películas de arroz, escapularios ardientes
roncas caracolas y locas
piedras marinas para su lujo
dorado, historias de barcos
en infinito peregrinaje
                                   y telas y telas
en telas imperiales.

7.

La mujer sorprende mi mirada.
A través del espejo observo como espía
mis dos pupilas inmóviles.
Quieta, continúa su lento maquillaje,
pero ahora sé
que cuando ella gire el cuerpo hacia mí
habrá terminado la larga fiesta,
esta vieja ansiedad de parecerme,
mi profundo deseo de tenerla:

La mujer ha salido al escenario.
Es suya la palabra.

Del libro Máscara negra, Edit. Lar, 1990.

MÁSCARA NEGRA

Para que me amaras
maquillé yo mi rostro de negro
y así pintada
ascendí de nuevo al escenario
monstruosa y deformada.

 

Quería mostrar lo negro
de mi oculto rostro
(Atrás las maquilladas capas)
Quería ser
mimo del terror,
ser fascinante.

 

Ahora,
de espaldas a ti,
miro el guante negro que cubre
la superficie blanca de mi brazo
de mi brazo níveo de pura porcelana
cristalina de China
y en el cuerpo
delgado y nervioso
el vestido negro que ajusta
como otro guante
la silueta contoneante
de la predilecta lujuriosa.

 

 

 

Un abanico antiguo de conchaperla
remolineo en mi muñeca
y en el aire se muestran
los revueltos pelos de mi axila.

Pero es mi espalda la que te enfrenta, observa,
mi espalda curva
insinuante y desnuda.

Enrosco mi verde manto
de Eva y acometo:
Qué placer éste de bajar lenta,
suave, sensualmente
el cierre eclair que encierra su grupa.
Todo el vestido cede
y su contorno bruno.

Esta es la entrada triunfal
de la carne en el estrado:
blanca es y redonda,
firme y suave.

Y en derredor todo es
rojo y oscuro.

Plateada es la caminata en el sendero
y su redonda luna.
Es hora, date vuelta, princesa,
enséñame tu rostro.

 

 

 

 

 

– Momento – murmuro con voz ronca –
que no hay nada.
Sino un giro violento de mi oculto rostro.
Primero:            vampira con dientes de sangre y ojos
                            negros de cadáver y
después:           la consumida.

 

Y todo nada más que un espectáculo
para que vieras a esta deformada
y la amaras
con terror y piedad.

Del libro Máscara negra, Edit. Lar, 1990.