[Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina]
Poeta. Abogada. Traductora (del inglés, francés y armenio). Profesora de Filosofía del Derecho y de las maestrías en Escritura Creativa de FLACSO y de la Universidad Tres de Febrero. Ex miembro de la International Association of Genocide Scholars. Publicó poesía: Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará, Káukasos, Infieles, La Jesenská; novela: La mujer de ellos, Mar Negro, Del vodka hecho con moras. También publicó relatos y ensayos.
Poemas
Ella se lo tiene que decir. Yo. La tierra removida es visible desde el aire. Una interrupción en la superficie de la hierba. Un cambio de color. Si sólo rascara a mano encontraría debajo de la tierra una zanja de norte a sur, de este a oeste. Escaleras en las paredes para bajar y calcular la edad según las puntas de las costillas, las clavículas y las sínfisis púbicas. Si midiera el fémur sabría acerca de la estatura.
Decir. ¿En qué idioma hablan las cosas?
Decir del hueso ilíaco que sobresale de eso que parece un hombre. Cerdos hocicando la tierra cenagosa. Decir cuando la mano se extiende hacia la voz. Toco la voz y es mía. Cuando alguien me habla (Felipe) es como si hubiera luz y yo toco la luz con la mano. Tu garganta, tu pecho. Un volumen de rumores en el interior (como si hubiera luz).
Es simple: Ella se lo tiene que decir.
Un depósito de brazos atados a la espalda, tierra lisa color marrón sólo rascada a mano, y la falange del dedo gordo del pie más rolliza. Un manantial subterráneo que, al quitar la tierra, se convierte en agua burbujeando lentamente.
Hace frío y está oscuro. (Ella se los tiene que decir). Cuando me hablo es como si hubiera luz. Mezclo un vino caliente con azúcar y clavo de olor. Hablo de vos y de mí. Una a una me quito las enaguas. Hace frío (bebo el vino caliente con azúcar y clavo de olor). Hace frío, está oscuro. Me estiro para ver si mis pies llegan a los tuyos. Si mi vello con tu vello, ahí. Es simple, es justo, como si estuviéramos en la cama (del lecho de justicia). Lo suyo de cada cual; lo mío. Que me digas, es toda tuya.
¿Felipe, de quién son los cadáveres?
Del libro Juana I, Edit. Alcion, 2006.
La maldita desgarradura,
el abandono de la voz.
El mismo zumbido
de mezquitas viejas.
Y otra vez el vacío
como reguero de cables
en la torsión del cuello.
Sentada debajo de la mesa, espero.
Cuando tu lengua
amasa besos en otra boca
todo el cuerpo que se agacha, duele.
Fragmento del libro Debajo de la piedra, Edit. Grupo Editor Latinoamericano, 1998.
No hay manera de salir
de la síntesis del relato;
alguien cede.
Alguien contra la pared,
en el grito sordo de las cosas, se reduce
a quietud de pasillos, de zanjones,
al resudar de sábanas en la siesta.
Alguien aturdido gira, no sabe
cuánto tiempo pasa dónde
cuando cede.
Así, como interrupción del hambre
se distancian las piernas,
en un aire continuo, invariable;
tan calladamente pegajoso
como líquido espeso de arena
que se empasta en la lengua, vela
el cuerpo desnudo;
la inexorable trampa
de las uñas rasgando
la pollerita cerrada.
Fragmento del libro El ahogadero, Edit. Tsé Tsé, 2002.