[Argentina]
Claudia Melnik, poeta, narradora, investigadora. Reside en Buenos Aires. Vivió en Estados Unidos. Publicó Furia de Asia, Viajeras del Beleño y El Miedo en Último Reino. Publicada en Editorial Verbum de Colombia y Action Poétique en Francia. Ha sido traducida al inglés en St. Lawrence University, NY y al francés por Henri Deluy, director de Action Poétique. Forma parte de la Colección Biblioteca Fernández Mejía de Colombia. Fue miembro del Consejo de Redacción de Último Reino. Entrevistó a Nicanor Parra, Olga Orozco y José Kozer. Es especialista en etno-semiótica.
Poemas
Cuando los límites son cajas de resonancia china, como
sonidos bajitos, haikus en el bosque de cerezos, casi susurros;
y su perpetuidad es una canción acechada, pero
nunca alcanzada por el odio del grito, hace mala liga
inflamar esos cabos sueltos.
Las campanas de ese canto están heridas y sólo
una hebra del ala de un ángel podría hacerlas tañir.
Habitan en mí espectralmente
las mil formas de lo obturado, quién sabe cuál habrá de
hospedarse eternamente, sentado a la vera de mis voces,
cantando para mí, expósita de aquellos esfumados, la
canción de la sirena de Wistulá. Cualquiera fuese
tendrá que arrastrarme hacia adentro del río, aguas profundas, un rugido bajo las enaguas.
Cohabitantes lechosos: quienes podan mis rezos plagiando
la noche en mis pupilas, o tal vez en la memoria,
quien lucha por no entregarse a las colinas pequeñas y
rasuradas en ocre, para no quedar seca, fuera del agua
imantada del Wistulá. Tal vez pase iconoclasta y seca por
las aguas del veneno, y quiera beberlas.
No habrá hacia mí
más que alcurnia rota, quebrado pedigrí de vacas o
perros pastando en una orilla. Si me cruzan con galgos
me volvería flaca y elongada hasta el hueso de una tibia
rota y subsumida a la piedad de una rotura. Soy una que está fuera del cordón de huéspedes, perdida en mi propio hogar, una lamparita quemada, un ilustre desecho. Ojalá ese tropel no me sacuda a la muerte. No iba, igualmente,
a ser fácil lidiar con esa casa en contienda, deslizar la mano para abrir
lentamente la caja de resonancia china, tan frágil, y mediando
la mañana, oír su aroma de sonajas y agonía. Los habitantes
de leche expiran. Irán en busca de algún trono de odios
que cobije sus aguas blancas. Irán.
Del libro Viajeras del Beleño, Edit. Último Reino, 1990.
Vacilante pagoda, los tablones del casco resecos, vigas remos, un salpicré de fachada ya duna de cangrejo, una torre de porcelana, el relicario ,,,,, se hunde
La casa navega~~~~~
~~~~Es un duelo entre la flotación y la gravedad
…de los hechos
ostras rotas flamean, se mecen en babas de ahumado cristal, danzas funerarias, dulces desahuciados, perdidas las perlas, perdida la casa
Convaleciente
~~y a la deriva
Quizás la fachada de la casa no quede aplastada de cara al agua, como un huevo frito encandilado, el agua miente su azogue, sólo refleja las nubes, emperadoras del mar
La casa Pagoda pesa tanto que podría darse vuelta, es un rito entre el naufragio y el equilibrio de una trapecista magistral, siendo una casa ¿qué hace ese barco fantasmagórico al encuentro del horizonte?
Las paredes son de madera, una casa barco, los objetos gotean por los ojos de buey, el vidrio estallado, se escurren las alfombras, ya pronto el agua es un cementerio de esmalte, como una cuadrilla de cisnes las cosas rotas de porcelana sobre el manto del océano
La electricidad no se lleva bien con el agua, el fuego lo desprecia.
Hay una oscuridad de fosa, para qué querría esos candelabros, las arañas inservibles, déjalas ir, al remolino de las olas, sin rescate.
La casa surca las olas, vomita las copas con virola, las palas, los libros, sopla un Zeus un lumen, la arreciada pompa, las mesas de costurera, los nidos de hornero de los postes, la zinguería inútil, la plancha oxidada
La casa vacía, los muebles en la popa
De un barco de carga, izan velas espectrales
Va y trae nubes como sirenas en fuga
La casa navega, el país es el viaje, el tránsito.
Teteras mágicas sin genio, un gong.
No vaciles de orilla en orilla, tienta la suerte en el espejo de agua, y mira el balancín de tus ojos, algas
Fosforescentes, fíjate fíjate al horizonte
Sostén tu corazón como a un náufrago, el bebé oceánico, la callada musa de una voz que no quiere hablar.
Y piensa en las olas como cartas, un correo incesante de quien sólo piensa en vos, viajera infatigable, huyendo del acontecer, agotando los días como quien desea llegar rápido a la muerte.
La casa navega en el Atlántico, bamboleante palacio.
Los vestidos de gasa
Las alpargatas raídas, tu plumín rojo. La casa.
Que perdiste.
Fue el mar, se la tragó con voracidad de ballena.
Habitante del fondo, alquila una pieza en los corales
y lava tu corazón con sales precipitadas.
Cuelga el tiempo en alas de aves marinas
Migrante, convencida
Cruza la tormenta con rezos blancos, navega el arcoíris y sueña con la tierra y los árboles.
La casa navega en altamar, prendida fuego por tu ineptitud de falsa gitana.
Triste, triste reina sin hogar, el mar es tu hotel de lujo, el viaje un recinto de embajada moral.
(Inédito)
Avasallante corso, ejército honorable
No desiste
Las mudanzas son la crisálida, su inelegante manera
de vencer al esqueleto
Cambia de tierra, de lengua, apura
la metamorfosis
Resiste la arquitectura natural para el cobijo
Y cree que el único santuario es el clan.
Su alma es el portaequipaje, la llave maestra
su caverna
Embalada, trashumante de circo, arrastra
sus metros de tela, las jaulas y la cría.
No hay amparo ni asentamiento, no hay calma
ni aptitud para detenerse
La casa perdida.
Y los objetos dilapidan electrones, abusados, se quiebran
Hay un solo hogar, una finca de naranjos en flor.
Avasallante, y súbdita de la estampida
aprende, sé gentil, detente.
Que las vides que hubieras podado en aquella casita de la plaza de Cipolletti serían hoy tu vino
Y la cortina de almacenero en la Belle Epoque, tu guarida.
Detente, respira
Y recuerda: que dejar Córdoba no era una sentencia.
Ni el movimiento tu mejor gesto.
Hay una casa que no es un barco, hay una tierra
que no es yerma, hay
un país al que volviste, desamparada viajera
Ocupa el trono por derecho propio
Detente.
(Inédito)