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PH. José Pérez Gómez

[La Habana, Cuba, 1952]

Llevó a cabo el proyecto a Azotea y la Torre de Letras (ICL)  con una colección bilingüe. Publicó –entre muchos otros- La gente de mi barrio, Para un cordero blanco, Travelling (prosa), Catch and Release, Bosque negro, Otras cartas a Milena (prosa), El piano, Luciérnagas, Tres maneras de tocar un elefante (novela), Tan solo eso (ensayos), etc. Premios: Casa de las Américas 1984, de la crítica cubana, Ítalo Calvino, Orden de las Letras de Francia, Nacional de Literatura, el Pablo Neruda, el Casa 1994 y las medalla Alejo Carpentier y ‘de la cultura cubana’.

Poemas

EL ÉXITO

De todo lo que ha pasado
la explicación es lo peor que ha pasado.
Una madre no es un día
para ir a la tienda.
Una madre tose,
se resfría
y pregunta cosas que nunca
responderás.
Es así esta cadena
desleal.

Toqué sus dedos tan delgados
despidiéndome,
pero en mi cabeza aún sigues joven
bañándote en el mar con la trusa
negra y amarilla
llenita de flores rojas sobre el vientre.
Lo peor de todo es explicar lo que dimos
o lo que no pudimos dar,
lo que está inhabitado
y se protege
sin más explicación.

II

Siento su voz
llamándome
cuando desde la ventanilla
la veo jugar entre olas
que pronto no volverán
-aunque la resaca la traiga
con el plato de sopa a la escalera-,
o el dinerito de un vuelto
que me presta
y nunca devolveré
con el mapa de un retazo que sobró
aunque no alcance esta vez
al estirarlo más
para que la blusa caiga
ranglán
sobre la necesidad del hombro,
sus botones cosidos
unos encima de otros
reafirmando
con hilo naranja
lo que no puede ver.

III

Alguien está tocando el piano
y alguien se detiene junto a él
es ella, la que cosió vestidos
interminables como teclas
sobre acordes
finitos.
Soy yo, la que hice poemas
que no son suficientes
para dar una explicación
que no sea baratija:
un vestido, un color, un botón,
el rastro (el trapi)
“Rojo, blanco y azul”
que nosotras llamábamos:
“El éxito”
y no le decíamos a nadie
dónde quedaba
para ser cómplices
y dueñas del misterio.

IV

Un beso ladeado
se resbala de la mejilla,
sale a la carretera
y se dispersa
hacia el retrovisor que marca
la inocencia,
del tiempo de una vida
donde nos creíamos inteligentes.
Esos fueron nuestros viajes
y nuestras desavenencias.
Voy a morirme sin ti
-como ella morirá sin mí.
Está escrito en el sueño
con zapatos viejos.
Es el destino
una repetición
de la mano abierta
con sus finas líneas
controversiales.

Si volviera a nacer
a tener una hija y una madre
pediría que fueran ustedes.
Les diría lo que no está explicado
en la explicación
frente a la puerta de salida
donde uno no sabe ni dice
cuánto puede dar
ni merecer.

Poema inédito

LA CABAÑA

Junto a los pilotes donde estuvo
la cabaña de Thoreau
hay un vacío
y la laguna azul
es fría.
No me puedo agachar ya
y haces un cuenco con las manos
para lavar los restos de un helado
que por el sendero avanza
entre mis dedos bajo el sol,
derritiéndolo.
Me parece un azul de siglos,
un azul íntimo: infinito
que promete el verano que vendrá
indiferente
a la inscripción que muere
en la piedra
donde me apoyo para sostener apenas
un cuerpo erguido,
y hubo algo allí:
un desliz de la respiración

 

 

 

entrecortada
o un ritmo insuficiente
donde todo termina.

Recostada al árbol
que pudiera ser un jacinto pelado,
las botas se resbalan sobre trozos de nieve
en reserva de un frio mayor
que ya paso sobre nosotros,
rindiéndonos.
Han sido solo cuatrocientos metros – dices-,
para convencerme de la veracidad
de una distancia corta,
alargada en la mente
y relativa siempre de lo real.
Pero no es cierto.
Han transcurrido kilómetros desde
donde el jacinto florece para ti,
en la ventana de un comedor ajeno:
una familia, un perro
y donde el pájaro
depredador de una confianza,
por un momento confió en nosotros

 

 

cuando retrocedió,
pero no pudo acostumbrarse a su sombra:
porque tal vez no era un jacinto
ni un último azul el de sus alas
tiesas en la maseta ni mucho menos,
un amor.

II

Habías llorado sobre la vainilla
que recorría el sendero
con su hilo depredador
y el agua de la laguna muerta
sacrificando
aquel vuelco del pasado,
con el susto contra el estómago:
de un barquillo espumoso
cayendo
contra lo que no podrá ser.

Poema inédito

ADVERTENCIA

No toques otro piano que no sea el tuyo,
ni lo traiciones ni lastimes
-no lo reconstruyas tampoco-,
pedía Glenn Gould:
un piano no puede recompensarse
de su caída (tú, tampoco)
ni salvar
sus martinetes
que dejaron
firmeza y obsesión
en la pasión de unas manos
flojas por la vejez.

Las notas sueltas se despedazan
sin poder agarrarlas
de su final inevitable.
Llorar, reír y correr
no te salvarán tampoco
del viento que pega contra la cara
y contradice en el esfuerzo
tu decisión:
la angustia de la música que ya no alcanza
para vivir el tramo de carretera que dejaron
los arpegios
sueltos, mudos, equidistantes de otra octava
imposible
cuando sentada al volante
-dejando de ser yo para ser ella-,
involucrada a más no poder
miro los kilómetros de teclado blanco
sobre los que pasé tantas veces las manos,
acariciándolos
(sin variaciones)
con desesperación.

Como si correr del blanco al verde
-esa imposibilidad de empezar
desde arriba otra vez-
en la canal, en la colina, entre las notas sueltas
donde me ensimismaba
y pedía gritar tocando
lo que ahora no puedo
por ser decente, vieja,
magullada
y sin música
me hubiera defendido
de la vanidad.

Del libro El piano, Edit. Bockeh, 2016.