San Telmo, 21:00 hs,. Desde el Bar Seddon hasta La Poesía no hay más que cien metros, sólo cien metros nos separan de otro de los bares que forman parte del Festival de Poesía en las Calles de Buenos Aires. Adentro los parroquianos conversan tranquilamente en sus mesas, hay también algunos solitarios. Pero subiendo por la angosta escalera de este bello lugar, el clima es de fiesta: es el final de la primera jornada de lecturas en bares notables de la ciudad de Buenos Aires. Los poetas y amigos que hasta aquí llegaron se van acomodando en las mesas para escuchar la poesía que esta noche llega desde el oeste en los textos del mendocino Fernando Toledo, la de Jesús Curbelo, que nos trae en su voz la música de su Cuba, la Jean-Paoul Daoust, en su particular y brillante francés canadiense y la poesía de Zakarías Mohammed, que nos mostrará un paisaje nuevo, en donde danzan el desierto y el viento, el paisaje de su Palestina natal.
Lo dicho, la noche es una fiesta. Entre poesía y vino va transcurriendo la velada, los poetas cada uno en su particularidad van tiñendo la noche, dándole forma con sus palabras, sus silencios. Los amigos escuchan y agradecen con cada aplauso, desde las mesas algunos, desde el balcón aquellos que prefieren que a la poesía la acompañe un cigarrillo y la luz amarilla de las farolas.
Emociones variadas, la melodía del saxo de Pablo Porcelli que suena en el antes y el después alterna con el silencio respetuoso que acompañará cada lectura de estos queridos poetas.
Fin de la noche. Es hora de partir y empezar a pensar en la jornada poética del día siguiente. Uno a uno salimos del bar. En nuestro interior queda la sensación de haber participado de un ritual que no por efímero es menos válido. Escuchar poesía. Como un poema que se arroja al viento, poetas y amigos comienzan a perderse entre las calles de San Telmo. Entre empedrados y farolas, fundiéndose en la noche, la poesía sigue ardiendo en cada uno de ellos.
Marta Miranda