Los ángeles de la escritura. Pasión en seis movimientos
1 Hubo una época en que los ángeles no tenían alas. Pero Jacob – el amado de Dios, aquel de quien nacería el pueblo- había soñado una escalera. Y los [...]
Todos amamos, orgullosamente, al papa venido de Maguncia.
Repito aquí: todos lo amamos. Hasta esa mañana infame de procesión a Letrán.
Lo amó la Iglesia, por su admirable erudición. Hasta que frente a San Clemente –basílica que, desde entonces, los peregrinos estamos obligados a evitar- no pudo con su alma y se detuvo.
Lo amó la Curia, por su devoción sin límites. Hasta que junto a los maderos del calvario –constancia del tormento, que el Señor llevó en la carne de su hijo- su cuerpo se dobló en dos.
Lo amó la plebe, por su mirada pura. Hasta que bajo la dignidad de la casulla – suave ropaje externo que lo cubre y nos cura- su alba se desgarró sangrante.
Por su palabra clara lo amó, también, la nobleza. Hasta que en la animalidad de un grito –como si en ese gesto trajera la luz al mundo- hizo nacer el tiempo. Y cayó al barro.
Y en la ufana ciudad de la Gran Biblioteca, lo amaron los copistas.
Y en Atenas, los monjes.
Y en su bosque natal, los francos.
Todos amamos, orgullosamente, al papa venido de Maguncia. Repito, todos.
Hasta que una ansiedad inocultable, de bastardo, expuso su osadía. Y, sin llantos, el rojo hijo de un sajón se exilió de su vientre.
Entonces supimos que nuestro papa era mujer.
Y en la vergüenza del orgullo con que lo habíamos amado, la apedreamos con furia hasta matarla.
Del libro (digital) Fragmentos de lo in(con)cluso. Edit. EOS, Villa Constitución, Santa Fé, Argentina, 2022.
Written by: admin
labelOsvaldo Raúl Burgos today23 de septiembre de 2022
1 Hubo una época en que los ángeles no tenían alas. Pero Jacob – el amado de Dios, aquel de quien nacería el pueblo- había soñado una escalera. Y los [...]
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