Ellos no habían escuchado nunca hablar de Chuang Tzu.
Y jamás hubieran entendido su angustia por pensar si no eran, en realidad, el sueño de la mariposa que creía estar soñando.
Ellos solo entraban, cada noche, a la casa en la que vivían juntos desde siempre, a siglos de distancia.
Después, cuando el sol vencía la resistencia de sus vidrios, salían separados al tedio de la nada que no cesa, al rigor de los hábitos destinados al olvido, a la vulgaridad de sus ceremonias incontables.
A veces, él despertaba inquieto y se entregaba a la perplejidad de comprobar que aún no era ella.
A veces, ella volvía a dormirse conjurando el temor de descubrir que aún no era él.
Después, cuando el sol abdicaba de su imperio al otro lado del mundo, llegaban abrazados al sueño de Chuang Tzu.
Infinitamente bellos y fugaces, como una mariposa.
Del libro Elegir ser mortal (Corónide). Edit. Olejnik Literatura, Santiago de Chile. 2018.
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